¿POR QUÉ NO COMEN LOS NIÑOS?
- Aunque los padres no lo perciban, los problemas de alimentación infantil aparecen a temprana edad, y a los dos años la mayoría de estos trastornos ya están presentes.
Un ambiente ideal para comer
Para evitar los malos hábitos alimenticios es determinante el ambiente en que el menor realice sus comidas. Debe existir un clima agradable, tranquilo, en que esté acompañado por un adulto y sin estímulos que lo distraigan. No hay que forzarlos ni castigarlos cuando no quieran comer, porque si el almuerzo se convierte en un campo de batalla el niño lo relacionará de antemano con un momento poco grato.
Los profesionales indican que el comer no es sólo el acto de alimentarse; partiendo por el amamantamiento, es una instancia de acercamiento físico y emocional entre el niño y el adulto.
En cambio, si está en un ambiente tenso, en que la mamá (o quien lo alimenta) termina gritándole o retándolo, finalmente pierde el apetito. El estrés y las exigencias en que viven hoy los adultos dificultan establecer rutinas adecuadas para los más pequeños.
Asimismo, muchas madres se sienten presionadas por las expectativas del resto y, en su afán por responder pueden caer en castigos o conductas agresivas hacia el hijo, especialmente si él desafía sus órdenes y rechaza su comida.
Las razones del niño
Hay muchos niños cuyas señales internas de apetito son más débiles. A ellos se recomienda sentarlos a la mesa muy tranquilos, para que capten estas señales y se sientan deseosos de comer. Si está interferido con otros estímulos (televisión o juegos) no las va a recibir y, obviamente, no va a sentir apetito. O al revés; si tenía ganas de comer, se le van a quitar.
Además, el gusto tiene un factor hereditario que podría explicar en parte el rechazo a determinados alimentos; niños con menos tolerancia a algunos sabores. De todas formas, es normal y esperable que pasen por períodos iniciales de rechazo, porque los seres humanos al igual que otros animales, tienen una tendencia natural a rechazar sabores desconocidos.
Este fenómeno se conoce como neofobia y ha sido comprobado científicamente. De hecho, una investigación británica reciente demostró que las verduras y ciertos tipos de carnes son los más afectados por este ‘instinto de supervivencia’.
Las primeras veces que un niño ingiere ciertas verduras tiende a rechazarlas, pero la segunda, la quinta o la décima vez aprenderá a tolerarlo, siempre que la mamá no lo convierta en un conflicto. Hay que dejárselo en el plato o mezclarlo con otros alimentos, prepararlo en formas variadas e insistir de a poco. Si el niño se niega a comerlo, es simplemente porque no le gusta, dicen los especialistas.
Tips para conocer la inapetencia
1.- Cada pequeño es capaz de regular su propia ingesta de alimentos. Son los adultos, por desconocimiento de sus reales necesidades alimenticias, los que obligan a comer en exceso.
2.- Entre los 2 y 5 años los requerimientos nutricionales son menores que en el primer año de vida, la respuesta natural de los pequeños es sentir menos apetito. Por eso, si los adultos los fuerzan a comer más allá de sus limites, alteran sus señales naturales para reconocer el hambre y la saciedad, favoreciendo la aparición de problemas alimenticios futuros.
3.- Los preescolares no se niegan a comer por simple capricho, sino que tienen razones de peso para asumir esta conducta, entre ellas, la neofobia y los menores requerimientos alimenticios que tienen entre los 2 y 5 años. A partir de los seis, el apetito infantil debería aumentar producto de sus nuevas necesidades y actividades.
Cómo favorecer un buen apetito
Las investigaciones demuestran que las alteraciones de la alimentación tienen menor riesgo de desarrollarse con una lactancia materna prolongada, de al menos seis meses.
El tipo de alimentación a partir del segundo semestre de vida, precisamente cuando se inicia el destete y comienzan gran parte de estas alteraciones, tiene gran relevancia: la variedad de ingredientes, su buena combinación y porciones de comida a la medida del pequeño, hace más difícil que estos trastornos aparezcan. Los hábitos de alimentación adecuados, incluyendo horarios de comidas y el consumo restringido de golosinas, son elementos que deben estar presentes, especialmente en niños con inapetencia.
Lo primero, tras chequear si el peso del menor corresponde a su talla y edad, es descartar enfermedades orgánicas crónicas que pudieran estar provocando o condicionando la falta de apetito, tales como enfermedad celíaca, metabólica, o un déficit atencional, entre otras, que en su conjunto no constituyen más del 10 a 20% de los casos consultados.
Asimismo, habrá que determinar si se trata de una conducta frecuente o repentina; si se produce frente a todos los alimentos o a algunos, y si se relaciona con un cambio en su vida o frente a un hecho particular.
Es muy importante diferenciar entre el niño que se niega a consumir todo -o casi todo- y aquel que rechaza algunos alimentos, pues sólo en el primer caso, y en conjunto con otros síntomas, se trata de una enfermedad. Según las estadísticas, afecta del 1 al 2% de la población infantil y los síntomas más frecuentes son vómitos, escupir la comida, cerrar la boca, demorarse en comer y rechazar todos o muchos alimentos.
En cambio, los niños que rechazan algunos alimentos pero toleran otros constituyen una gran mayoría. No se trata de una enfermedad y en esta categoría está la gran mayoría de los menores con falta de apetito.
Reeducar los hábitos alimenticios al interior de la familia es la primera medida. Si no se obtienen resultados después de un tiempo, es posible que se sugiera apoyo psicológico. Los fármacos orexígenos (o estimulantes del apetito) se utilizan sólo si las otras medidas resultan insuficientes, o bien para tratar enfermedades específicas.
Para evitar los malos hábitos alimenticios es determinante el ambiente en que el menor realice sus comidas. Debe existir un clima agradable, tranquilo, en que esté acompañado por un adulto y sin estímulos que lo distraigan. No hay que forzarlos ni castigarlos cuando no quieran comer, porque si el almuerzo se convierte en un campo de batalla el niño lo relacionará de antemano con un momento poco grato.
Los profesionales indican que el comer no es sólo el acto de alimentarse; partiendo por el amamantamiento, es una instancia de acercamiento físico y emocional entre el niño y el adulto.
En cambio, si está en un ambiente tenso, en que la mamá (o quien lo alimenta) termina gritándole o retándolo, finalmente pierde el apetito. El estrés y las exigencias en que viven hoy los adultos dificultan establecer rutinas adecuadas para los más pequeños.
Asimismo, muchas madres se sienten presionadas por las expectativas del resto y, en su afán por responder pueden caer en castigos o conductas agresivas hacia el hijo, especialmente si él desafía sus órdenes y rechaza su comida.
Las razones del niño
Hay muchos niños cuyas señales internas de apetito son más débiles. A ellos se recomienda sentarlos a la mesa muy tranquilos, para que capten estas señales y se sientan deseosos de comer. Si está interferido con otros estímulos (televisión o juegos) no las va a recibir y, obviamente, no va a sentir apetito. O al revés; si tenía ganas de comer, se le van a quitar.
Además, el gusto tiene un factor hereditario que podría explicar en parte el rechazo a determinados alimentos; niños con menos tolerancia a algunos sabores. De todas formas, es normal y esperable que pasen por períodos iniciales de rechazo, porque los seres humanos al igual que otros animales, tienen una tendencia natural a rechazar sabores desconocidos.
Este fenómeno se conoce como neofobia y ha sido comprobado científicamente. De hecho, una investigación británica reciente demostró que las verduras y ciertos tipos de carnes son los más afectados por este ‘instinto de supervivencia’.
Las primeras veces que un niño ingiere ciertas verduras tiende a rechazarlas, pero la segunda, la quinta o la décima vez aprenderá a tolerarlo, siempre que la mamá no lo convierta en un conflicto. Hay que dejárselo en el plato o mezclarlo con otros alimentos, prepararlo en formas variadas e insistir de a poco. Si el niño se niega a comerlo, es simplemente porque no le gusta, dicen los especialistas.
Tips para conocer la inapetencia
1.- Cada pequeño es capaz de regular su propia ingesta de alimentos. Son los adultos, por desconocimiento de sus reales necesidades alimenticias, los que obligan a comer en exceso.
2.- Entre los 2 y 5 años los requerimientos nutricionales son menores que en el primer año de vida, la respuesta natural de los pequeños es sentir menos apetito. Por eso, si los adultos los fuerzan a comer más allá de sus limites, alteran sus señales naturales para reconocer el hambre y la saciedad, favoreciendo la aparición de problemas alimenticios futuros.
3.- Los preescolares no se niegan a comer por simple capricho, sino que tienen razones de peso para asumir esta conducta, entre ellas, la neofobia y los menores requerimientos alimenticios que tienen entre los 2 y 5 años. A partir de los seis, el apetito infantil debería aumentar producto de sus nuevas necesidades y actividades.
Cómo favorecer un buen apetito
Las investigaciones demuestran que las alteraciones de la alimentación tienen menor riesgo de desarrollarse con una lactancia materna prolongada, de al menos seis meses.
El tipo de alimentación a partir del segundo semestre de vida, precisamente cuando se inicia el destete y comienzan gran parte de estas alteraciones, tiene gran relevancia: la variedad de ingredientes, su buena combinación y porciones de comida a la medida del pequeño, hace más difícil que estos trastornos aparezcan. Los hábitos de alimentación adecuados, incluyendo horarios de comidas y el consumo restringido de golosinas, son elementos que deben estar presentes, especialmente en niños con inapetencia.
Lo primero, tras chequear si el peso del menor corresponde a su talla y edad, es descartar enfermedades orgánicas crónicas que pudieran estar provocando o condicionando la falta de apetito, tales como enfermedad celíaca, metabólica, o un déficit atencional, entre otras, que en su conjunto no constituyen más del 10 a 20% de los casos consultados.
Asimismo, habrá que determinar si se trata de una conducta frecuente o repentina; si se produce frente a todos los alimentos o a algunos, y si se relaciona con un cambio en su vida o frente a un hecho particular.
Es muy importante diferenciar entre el niño que se niega a consumir todo -o casi todo- y aquel que rechaza algunos alimentos, pues sólo en el primer caso, y en conjunto con otros síntomas, se trata de una enfermedad. Según las estadísticas, afecta del 1 al 2% de la población infantil y los síntomas más frecuentes son vómitos, escupir la comida, cerrar la boca, demorarse en comer y rechazar todos o muchos alimentos.
En cambio, los niños que rechazan algunos alimentos pero toleran otros constituyen una gran mayoría. No se trata de una enfermedad y en esta categoría está la gran mayoría de los menores con falta de apetito.
Reeducar los hábitos alimenticios al interior de la familia es la primera medida. Si no se obtienen resultados después de un tiempo, es posible que se sugiera apoyo psicológico. Los fármacos orexígenos (o estimulantes del apetito) se utilizan sólo si las otras medidas resultan insuficientes, o bien para tratar enfermedades específicas.
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